Sobre tecnología escuchamos hablar casi a diario. A diferencia del concepto de ciencia, la tecnología parecería estar más cercana a nosotros, porque reconocemos que vivimos inmersos en ella permanentemente. Incluso la vemos en espacios nuevos que nos toca recorrer, agilizando los procesos y acortando los tiempos.
“Tecnología” viene del griego τέχνη (se pronuncia “téchnē”) y quiere decir arte, oficio o destreza. Por lo tanto, la tecnología no es una cosa sino un proceso, una capacidad de transformar o combinar algo ya existente para construir algo nuevo o bien darle otra función. Y esa capacidad de transformación puede ser intuitiva o bien (como sucede en nuestras sociedades actuales) se trata de un saber que proviene directamente del campo de las ciencias.
Fue Simon. Así se llamaba. Lo diseñó un tipo llamado Edmund Berkeley en 1950. La verdad es que Berkeley ganó por los pelos, porque IBM levaba años trabajando en el IBM 610 que sería, finalmente, el segundo ordenador personal de la historia. Simon costaba 600 dólares y no servía para gran cosa. Su diseñador, sin embargo, sostenía que, en el futuro, todos tendríamos un ordenador personal en nuestra casa. Todo un visionario.
Un algoritmo es una serie de instrucciones que consiguen un efecto determinado. No solo en informática, sino también en la vida real. Imagina que tienes sed; el algoritmo para resolver eso sería (más o menos): Coger vaso > abrir grifo > llenar el vaso de agua > beber el agua Como ves, este proceso acaba necesaria e inequívocamente contigo bebiendo y, por tanto, dejando de tener ser. Esa es la clave de un algoritmo: siempre se alcanza la solución. Aplicado a la informática, un algoritmo es una fórmula más o menos compleja que resuelve un problema dado de forma ordenada e inequívoca.
El nombre es un poco confuso, la verdad, porque viene de la expresión inglesa “internet of things”. Quizá sería más entendible si lo dijésemos al revés, o sea: las cosas con internet. Porque de eso va precisamente. De la interconexión digital de los objetos que nos rodean. No te descubro nada si te digo que estamos viviendo el florecimiento de este internet de las cosas. Los coches, las neveras, los relojes, hasta los sistemas de calefacción están ya conectados a internet. En el futuro, se supone, todos los objetos estarán conectados a la Red, de forma que, por ejemplo, podamos saber, en tiempo real, cuántos aires acondicionados están encendidos en España o cuántos coches están en movimiento en este preciso momento.
Pues, como su nombre indica, es la tecnología muy, muy pequeña. Pero mucho. Del tamaño de un átomo o menos. Seguro que te suena un vídeo donde un tipo mostraba una chaqueta sobre la que la pintura resbala sin dejar la menor mancha. Era un producto fabricado con nanotecnología. Este campo es inmenso, y todavía está en pañales. Imagina, por ejemplo, las aplicaciones médicas. Dicen que, con la computación cuántica, ésta será la próxima gran revolución. ¿No te entran unas ganas locas de vivir en el futuro?
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